La pubertad se caracteriza por ser una etapa donde no es sencillo ser hijos, ni es fácil ser padres. Cuando los hijos tienen un déficit cognitivo, debemos saber que a ese déficit lo acompaña una inmadurez emocional. Hay que ayudarlos a expresar sus emociones de manera adecuada. Brindarles un espacio donde conversar, para ayudarlos a construir su independencia con responsabilidad.
En la adolescencia, los roces entre padres e hijos se acentúan. Los hijos comienzan a diferenciarse de sus padres y necesitan ser ellos mismos, sin perder el cariño y el apoyo de la familia.
Los padres, temen que sus hijos sufran daños a causa de sus dificultades madurativas.
Surgen los miedos a no poder controlar la situación.
Los espacios terapéuticos o de diversión, son mirados con más recelos.
Ya no resulta sencillo para los padres dejar que el hijo adolescente entre solo al vestuario de un natatorio.
La mamá que solía acompañarlo y lo cambiaba en el vestuario de mujeres, ya no puede hacerlo, tal vez el papá trabaja y en ese horario no puede concurrir, y “hay que dejar que ingrese solo” al vestuario de varones.
Es un período donde los hijos tienen más en claro lo que les gusta, se sienten más motivados a desarrollar sus propios intereses, dejan de lado lo que le interesa a los padres.
Los límites de los padres, y las decisiones son cuestionadas.
Se inicia una etapa donde “escucharse” es fundamental para lograr una buena convivencia.
Algo a tener en cuenta es poder conectarse con “lo bueno” que tiene para dar cada integrante de la familia.
Así como el diálogo es importante, respetar los silencios lo es también.
Para los padres es bueno recordar cómo vivieron sus 11, 12, 13 años; qué vivencias recuerdan de su escuela secundaria.
Recordar los sentimientos ante los cambios corporales, traer a la memoria la relación con sus propios padres, los ayuda a comprender mejor a sus hijos.
Rememorar las primeras “relaciones amorosas”, la chica que les gustaba, el chico que las miraba, los primeros noviazgos.
Cuando los hijos tienen un déficit cognitivo, debemos saber que a ese déficit lo acompaña una inmadurez emocional.
Hay que tener presente siempre que ante un trastorno del desarrollo, nos encontramos con tres edades:
- La edad cronológica.
- La edad mental.
- La edad emocional.
Esto hace que la tarea de los padres en la etapa de la adolescencia sea mucho más ardua, complicada, llena de temores.
Para los hijos es difícil comprender “por qué mamá se enoja tanto cuando me toco delante de mi prima”.
Un varón puede tocar sus genitales en público “sin la intención de un adulto”.
Para los padres no les resulta sencillo tomar conciencia que su hijo no es el hijo imaginado. Es una etapa donde los hijos pueden estar más distraídos de lo habitual, se vuelven contestadores y defienden su intimidad, privacidad y sentimientos.
Algunos se aíslan y pasan largas horas en solitario.
Esto es “la conducta normal” de cualquier adolescente. Es una etapa donde los hijos pueden estar más distraídos de lo habitual.
Los padres pueden sentir que retan a sus hijos más que antes, parecieran quedarse sin paciencia y esto les genera mal humor.
El sentimiento es que todos los tratamientos para “ayudarlo” a madurar, quedan sin efecto.
Los hijos se enamoran y cambian sus comportamientos.
Los adolescentes “normales”, sufren del síndrome “edad del pavo”. Y los adolescentes “con capacidades, especiales, diferentes, con mayor o menor déficit” también sufren “la edad del pavo”.
Muchos adultos con trastornos del desarrollo son cuidados por hermanos, ya que los padres pueden no estar en condiciones de hacerlo o haber fallecido, y los hermanos deben tomar decisiones de padres; suelen ser más flexibles al enfrentar noviazgos, más colaboradores y comprensivos de los deseos sexuales de sus hermanos, están más cerca en edad cronológica y vivencias físicas, y tienen más presentes sus propios deseos y experiencias amorosas.
Los hermanos suelen “tener menos miedos”, aunque “toman más recaudos” a la hora de ayudarlos a independizarse.
Es bueno ponerse en contacto entre las familias “si se ha formado una pareja”. Compartir miedos, inquietudes, pactar acuerdos entre los responsables de la familias, ayudar a “la pareja” a sentirse tranquila y más segura. Hay que ayudarlos en ese nuevo vínculo.
Siempre van a necesitar de nuestro apoyo emocional. Ayudarlos a organizar sus salidas, lugar de encuentro, manejo del dinero.
Poder invitar a participar de reuniones familiares, como cumpleaños, ayuda a que el vínculo se fortalezca y tomen “responsabilidades por las emociones de la pareja”.
Evitar burlas, chistes.
Es importante tomar con respeto “el noviazgo”. No todos van a llegar a un encuentro íntimo.
Seguramente pasarán por un período donde querrán verse y estar juntos todo el tiempo, luego comienzan a sentir la necesidad de retomar las rutinas del mate con las amigas o de jugar a las cartas con los amigos.
Cuando se encuentran en instituciones, quieren compartir el mismo grupo o las actividades. Se suelen celar y controlar mucho.
Hay que ayudarlos a expresar sus emociones de manera adecuada. Brindarles un espacio donde conversar “temas de la pareja”. Crecer tiene dos pilares fundamentales: lograr independencia y tomar responsabilidades.
Nosotros, los adultos a cargo, debemos tener en claro cuáles son las aptitudes y capacidades de cada niño, adolescente o adulto con trastorno en su desarrollo, para que logre “su independencia y responsabilidad posible”. Esto va a depender de su maduración y no de nuestras exigencias.